Ellos se enferman constantemente, sufren daños en el desarrollo cerebral, padecen retraso cognitivo, tienen problemas psicológicos que se manifiestan en conductas de alto riesgo y sufren depresión y ansiedad.
Todo esto los hace más propensos al consumo de alcohol y drogas y los coloca en riesgo de desarrollar una conducta antisocial y padecer problemas en sus relaciones afectivas.
Se ha comprobado que el abuso y la negligencia al tratar con menores genera que regiones importantes del cerebro no crezcan ni se desarrollen normalmente, lo cual deriva en problemas académicos y de desarrollo de capacidades cognitivas de lenguaje.
Excusas. Los padres justifican su agresividad acusando a los niños por estar sucios, por no comer, por pegar a otros o, sencillamente, dicen que actúan de esa forma porque tienen problemas personales, les duele la cabeza o sus hijos no responden al estereotipo de niño ideal.
Otro factor importante es la incapacidad para comprender y criar al niño. Creen que son de su propiedad y por tanto tienen derecho absoluto sobre ellos.
Es lamentable porque, además de todo el dolor físico y emocional que soportan, los niños víctimas de agresión crecen pensando que la gente que lastima es parte de la vida cotidiana, el comportamiento se torna aceptable y el ciclo del abuso y agresión continúa también. Muy probablemente ellos harán lo mismo a sus hijos.
Por ello, ninguna persona debe quedarse de brazos cruzados. Al escuchar en una casa gritos o insultos a un pequeño o se sabe que este anda sucio, en estado de abandono o triste o que llora mucho o se lamenta, hay que denunciar, no tener miedo. En el 911 estas denuncias las reciben de forma anónima también.
El poder de la denuncia. Si el denunciante no está seguro, solo tiene sospechas, debe denunciarlo como un supuesto caso. Es mejor que la Policía y las autoridades del PANI descarten el maltrato tras una investigación que, por dudar, un ser inocente siga sufriendo.
El Hospital Nacional de Niños reporta seis casos de agresión infantil al día, pero queda la incertidumbre de cuántos no se denuncian o no se descubren.
Mientras usted lee este artículo no sabemos cuántos chiquitos estarán sufriendo algún tipo de agresión, incluso torturas.
Solo de imaginar el dolor que sintió un pequeño cuando le clavaron agujas en el cuerpo o la niña a quien le apagaban los cigarrillos en el cuerpito se me desgarra el corazón.
Mi súplica es para que se mantengan vigilantes. Debemos actuar ante cualquier sospecha. Los más pequeños dependen hasta de la persona desconocida para librarse de una triste realidad.
En cuanto a los más grandecitos, también debemos denunciar y aquí son las maestras y los profesores quienes juegan un papel fundamental.
Rocío Solís es presidenta de la Comisón de la Unesco en Costa Rica.