En este mundo adultocéntrico quizá no nos hemos percatado lo suficiente de la importancia que tiene la infancia y la trascendencia de cómo ésta se reproduce en la vida pública. Los adultos a menudo pensamos que los niños y niñas juegan para entretenerse y para dejarnos tiempo libre, pero la realidad es muy distinta. Los niños y las niñas andan siempre jugando, ¿se han preguntado por qué?… Porque el juego es su más genuina forma de expresión.
A los adultos a menudo les incomoda su ajetreo y, aún cuando nos pongamos condescendientes, no le damos mucha importancia a esa actividad infantil. Todos hemos escuchado la expresión “tal o cual cosa es un juego de niños” para significar algo banal y sin importancia, ¡cuán equivocados!
Cuando los niños y niñas juegan no es como creen los adultos, sino que es un asunto de la mayor importancia porque el juego permite a los niños y niñas decir lo que no se puede decir y con lo cual se marca su ingreso a la cultura.
Desde las actividades lúdicas precursoras, donde el bebé empieza a adquirir conciencia de su cuerpo y construye una imagen de sí mismo, hasta el juego que recrea, inventa e imagina nuevos lugares donde habitar en el espacio de la familia y en el mundo exterior; el juego es, según decía Freud, como la creación poética.
Ciertamente, el juego es un ejercicio de creación de objetos, es decir, es una creación del niño y la niña, en la que proyectan en los objetos de su juego a los personajes de su mundo interno.
En la mentalidad adulta, la actividad lúdica remite a la idea de pasatiempo y diversión y claro que también es eso, pero los niños y niñas siguen jugando porque para ellos(as) es la manera de construir su forma de ser, algo totalmente necesario en el compás de sus edades sucesivas.
Se trata, entonces, de su forma de expresión propia, así como el lenguaje verbal lo es del adulto. El juego en la infancia parecer ser incontenible, se desarrolla como el habla y la vida social, permitiendo a los niños y niñas la expresión simbólica de sus necesidades.
Decía Freud que “el soñante siempre sabe que sueña, así como un niño que juega siempre sabe que juega”, pero, a diferencia del sueño, el juego se encuentra activado, es decir, se sitúa en la realidad del Yo corporal y del entorno, dándole una inscripción histórica y espacial muy específica. El niño sabe que su juego es una fantasía, un producto de su imaginación; sin embargo, en algún momento el “como si” se pierde.
Pero jugar no sólo es catártico, autorrevelador y de naturaleza instructiva, también es divertido y, por lo tanto, automotivador; es decir, el juego ocupa un lugar importante en la búsqueda del placer y la defensa contra el displacer.
Para el famoso filósofo alemán Immanuel Kant, el juego se incorpora al sentimiento de lo bello, pero se opone al trabajo, que llamaríamos la realidad. Ciertamente, el juego, como el sueño o como el síntoma, expresa un deseo, un deseo reprimido, pero también expresa un deseo de jugar y fantasear. De nosotros depende ofrecerles a nuestros niños y niñas, no sólo este 9 se setiembre -Día del Niño y la Niña- sino todos los días, esa posibilidad de soñar.
MSc. Mario Víquez Jiménez
Presidente Ejecutivo
Patronato Nacional de la Infancia