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PANI Y BANCO NACIONAL FIRMAN ACUERDO AMISTOSO PARA EL CIERRE ORDENADO DEL FIDEICOMISO DE OBRA PÚBLICA

La información de ayer sobre la decisión del nuevo presidente ejecutivo del Patronato

Nacional de la Infancia (PANI), Mario Víquez, de recoger a los niños y adolescentes

indigentes, que deambulan por nuestras calles, pone en ruta, junto con otros proyectos

inmediatos, a esta institución pública, encargada constitucionalmente de una de las tareas

más importantes del país. El PANI debe ocupar, en la constelación de entidades públicas y en

la agenda del gobierno de la República, uno de los puestos de vanguardia en los órdenes

técnico, orgánico y financiero.

Además de recoger a los niños y adolescentes indigentes, el PANI se propone echar a andar el

plan estratégico, recomendado hace cinco años por una junta de notables; atacar el problema

de la violencia contra los menores; simplificar el quehacer institucional a fin de que lo

accesorio no ahogue lo esencial, como ocurre en muchas instituciones públicas; dar

preeminencia a las tareas preventivas; extender los servicios del PANI a las familias, el

corazón del problema de la niñez y de la adolescencia, y, en fin, realizar, en lo

conducente, la gran tarea de una sociedad democrática: la salvaguardia y educación de los

niños y los adolescentes.

Costa Rica posee todos los recursos técnicos y financieros para dar cima a esa obligación

social. Sin embargo, como suele ocurrir en los proyectos de índole social, la nobleza del

fin no siempre corre parejas con la eficiencia y la calidad de los medios y los buenos

sentimientos enmascaran la razón y la eficacia.

El espectáculo de los niños y de los adolescentes indigentes en las calles, pidiendo limosna

o deambulando sin destino ni reposo, así como el de los adultos, hombres y mujeres,

harapientos, ebrios o drogados -que han hecho de las aceras su albergue de día o de noche-,

debe desaparecer de nuestras calles no por razones estéticas o turísticas, sino

sencillamente por un deber de solidaridad y, sobre todo, por respeto y práctica coherente de

los derechos humanos. No hay razón alguna para que nuestro país no pueda resolver este

problema social del que el Estado se ha desentendido tradicionalmente y cuyo remedio han

procurado, con sobresaliente entrega y sacrificio, diversas personas o asociaciones. Se

trata de un desafío y de un problema integrales, que nuestro país debe convertir en objetivo

primario.

No es correcto esgrimir siempre, como argumento exclusivo, el señorío de la corrupción, de

las gollerías y de la mala gestión pública para explicar la negligencia o ineficiencia en el

combate de la pobreza o de la exclusión de gruesos sectores de nuestra población. Esta puede

ser una evasión. El análisis de estos problemas sociales debe ser integral. Sin embargo,

tampoco se puede excluir esta relación o comparación ante la diligencia y eficiencia con que

se crean sistemas de privilegio indignantes, se despilfarran alegremente los recursos

públicos y se planifican y ejecutan, con maestría y refinamiento singulares, proyectos de

corrupción o depredación con los recursos públicos, dentro y fuera del país, con

participación de amigos, familiares, funcionarios y profesionales. Competencia singular para

hacer el mal e incapacidad para cumplir con el deber.

Algo debe de andar mal en una sociedad para este despliegue de talento y de recursos, y,

durante mucho tiempo, de impunidad, mientras subyacen y se acumulan ingentes problemas

sociales, que el clientelismo político, el falso patriotismo y la añeja ideología no quieren

ver, y cuya existencia, además, se atribuye a causas externas y no, como debe ser, a nuestra

propia responsabilidad. Confiamos, por ello, en que la determinación realista del PANI no

sea flor de un día y que inspire a otras instituciones públicas en una sociedad ansiosa de

gestos y resultados concretos.

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