Premisa lógica sobre la que se monta, además, una generalización de ineficiencia, falta de sensibilidad y hasta “postración moral”. Juicio inquisitivo sin derecho a la réplica o al mínimo esbozo de argumentación. Hay una imperiosa necesidad de juzgar y linchar al culpable.
Hace unos pocos meses decía una encuesta de Borge y Asociados: “el Patronato Nacional de la Infancia ocupa el segundo puesto (60,1%) de las entidades del Sector Social mejor calificadas por los costarricenses, superada únicamente por el Ministerio de Salud Pública”.
Hoy el PANI es el asesino.
Para los que miramos estos hechos de opinión pública, con la madurez y la experiencia de muchos años en la defensa y protección de los derechos de la niñez y adolescencia y el rigor de la academia, no deja de ser un doloroso trago amargo en nuestras vidas, pero en especial, un reto para seguir buscando los motivos profundos de las cosas y, sobre todo, la verdad.
Conocimiento. El conocimiento y la verdad, sabemos, tienen varios caminos para su encuentro. La ruta de la verdad revelada por Dios que se vincula a la fe. El conocimiento por la intuición como lo es en el chamanismo y la brujería.
El conocimiento mediático, como creemos es el caso, construido sobre preconceptos y generalizaciones, sin sustento empírico, sostenido sobre reacciones emocionales y sin un marco lógico o conceptual, lo que los griegos conocieron con la Doxa. Y, finalmente, tenemos el conocimiento científico, que ha sido el gran ausente en estos temas.
Estamos claros de que las discusiones públicas –mediáticas– para no ser ingenuos, no son académicas, son políticas, en tanto refieren a la convivencia colectiva. Y estamos claros de que no se saca de la verdad mediática a los que creen poseerla; es como pretender en la Edad Media que la Tierra es redonda y que el Sol ,que sale y se acuesta bajo la presencia de nuestros sentidos, no le da la vuelta a la Tierra.
Pero también estamos claros de que en nada ayuda a la comprensión del fenómeno de los homicidios dolosos contra la niñez, la adjudicación ligera de la responsabilidad en una institución. Si así fuera, todo sería más sencillo. Aparece como una respuesta demasiado fácil para no ser sospechosa, que lo que viene es a “reprimir” y ocultar, los verdaderos motivos y responsables que, como suele ser en estos casos, son más dolorosos para todos. Es mejor echarle la culpa a “alguien”, no importa quién sea.
Cuando un niño o niña es asesinado/a, nada puede ni debe justificar esa muerte. Esa es nuestra premisa. Y, como dice Khalil Gilbrán, cuando un hilo se rompe, se debe revisar todo el tejido y también el telar. Sí, se debe profundizar sobre los hechos.
Son hechos en los que todos y todas nos sentimos identificados/as en la vulnerabilidad de nuestra propia niñez, nos proyectamos en nuestros hijos y nietos. Somos entonces inundados, con toda razón, de horror y de los miedos más primarios. Y ¿cómo no? La reacción está justificada, pero esa no es la ruta para el conocimiento y la verdad. La respuesta de que PANI es el culpable es demasiado simple para ser verdad.
Problema profundo. La matanza de los niños y adolescentes en este país –más de 30 al año– tiene raíces más profundas, que están relacionadas con el lugar de la niñez en la sociedad, en cómo la representamos y qué lugar les damos en la familia, la comunidad y la colectividad. Tiene que ver con el ejercicio de la autoridad parental. Recordemos que muchos de los asesinos de estos casos son los propios padres y madres. Tiene que ver con la prioridad o no que le demos a los temas de niñez, con la prevención y la articulación de esfuerzos articulados de todos y todas. No puede quedar en manos de una sola institución. Tiene que ver también, con la dotación de recursos humanos y financieros, entre otros.
Curiosamente, de nada de esto se ha hablado o se ha discutido. Solo ha habido lugar para la exaltación emocional, el juicio inquisitivo y la búsqueda desesperada de un responsable a quien depositar rápidamente la culpa.
Ojalá con mayor sosiego, y con la mayor humildad, podamos, con el apoyo y el rigor de la ciencia, abrir la puerta a una discusión más profunda, no solo de los hechos, sino del origen y verdadero motivo de ellos.